El gobierno de Rajoy vive una pesadilla. Sabe que tiene que ser rescatado por Europa, pero teme que esto obligue a unos recortes aún más duros que los ya aplicados, y se provoque un conflicto social incontrolable en otoño. Hasta ahora se han rebelado sindicalistas y funcionarios, pero ellos no son un problema, pertenecen al sistema y por tanto siempre se puede negociar con ellos. Tampoco asustan los colectivos del 15-M, pacifistas e idealistas, que llenan la Puerta del Sol pero son incapaces de convencer a un tendero de que cierre su comercio.
El gran problema es si la masa cada vez mas creciente de excluidos sociales estallara, y no hace falta que lo hiciera organizadamente; si así fuera, el caos se apoderaría de nuestras calles, y las consecuencias serían impredecibles. Por eso el gobierno ha sobreactuado por puro temor ante la provocación del santón de Marinaleda, que asaltó dos supermercados en un acto simbólico y propagandístico bien diseñado.
La amenaza de Sánchez Gordillo es nítida: si la sociedad permite la exclusión social, los excluidos asaltaran supermercados, viviendas, farmacias y bancos, y robaran lo que necesitan para sobrevivir. Su provocación tiene más apoyos de los que pudiera parecer entre la gente de la calle; a fin de cuentas pertenece al imaginario colectivo la justificación de que el desamparado se revele contra una sociedad injusta y vulnere la ley si es menester.
Sánchez Gordillo en cualquier caso no es un inocente y novato idealista que no sabe medir sus actos, que cree que vulnerar la ley no tiene trascendencia. Él busca, y para eso tiene un partido político, una colectivización forzada al modo comunista, y como el común de los votantes huye de estas quimeras que empiezan mal y acaban peor, pues aprovecha el razonable malestar de muchos, sus sentimientos y necesidades, para incitar a actos fuera de la ley como si estos fueran buenos por necesidad. Demagogia es el término apropiado.
Quizá a España le haga falta una revolución, pero de ciudadanos ilustrados que pongan coto a los privilegios de unos pocos y declaren intolerable la exclusión social, y diga un NO mayúsculo a parados sin subsidios, a que los niños pobres no puedan almorzar en el cole ni aun llevándose la comida en fiambreras, a condenar a una generación de jóvenes a no tener presente ni futuro, o a la cruel invitación a los desheredaos de los desheredados, los que vinieron en patera y están enfermos, a que regresen en la misma patera a la nada de la que huyeron.
Quizás la sociedad española debería reflexionar sobre sus prioridades; una de ellas es el reparto justo de la riqueza, la otra es generar esta riqueza, y en este aspecto los hermanos Castro de Cuba nos han enseñado a muchos que no es con demagogia revolucionaria sustentada por un omnipresente aparato represivo como se consigue una sociedad decente y prospera.
Desgraciadamente, si la paz social estalla en otoño no será porque honrados pobres roben directamente la comida que se les niega, los fármacos antisida que no pueden costear, u ocupen la viviendas vacías que necesitan. Normalmente son turbas de indeseables las que suele actuar en aguas revueltas, y del caos no surge la justicia sino la extorsión.
Debería haber meditado Sánchez Gordillo las consecuencias de su acto simbólico llamando a vulnerar la ley a cualquiera que crea tener motivos para hacerlo. Traspasar líneas rojas no es un deseado atajo para su deseada revolución colectivista, es una simple invitación a que nos liemos a tortas a la primera oportunidad, haciéndole el juego a la reacción que siempre domina tras el caos improvisado.
Hay muchas más formas de remover la conciencia de la gente, si fuera esto lo que se pretendiera, que asustar a cajeras de supermercados.
IU sabe que Sánchez Gordillo se equivoca, pero lo disimula en vista de que gran parte su base social apoya su conducta. Es obvio que han abandonado el leninismo y ya no condenan el infantilismo.
Damián Zamorano Vázquez
Estepona Información. 18.8.2012
sábado, 18 de agosto de 2012
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