Todos conocíais a Juanito en Estepona. Con sus 28 años, simpático, gran trabajador, este maestro albañil ganaba un buen sueldo que, añadido al de su novia Rosita como cajera de supermercado, animó a la pareja a culminar su largo noviazgo. Lo primero fue comprar un piso nuevo. El piso era muy caro, realmente todos eran caros, pero el director del banco se esforzó en ofrecer una buena hipoteca, con lo que realmente el piso parecía hasta barato, así que se casaron e hipotecaron a 25 años vista.
Juanito, como albañil, sabía que el precio del piso era muy superior a lo gastado en su construcción, y se lo confirmo su tío emigrante, que le dijo que los pisos en Berlín eran mucho más baratos que en Estepona. Realmente Juanito pagando su piso, hipotecándose de por vida, lo que hacia también era hacer muy ricos al dueño de los terrenos, al banco, a las haciendas - local, autonómica y estatal-, y al constructor, sin contar intermediarios. Pero los jinetes del Apocalipsis de este cuento eran legión, y siendo barra libre la extorsión se apuntó también el Ayuntamiento, que decidió que si el constructor se hacia rico, que quedara dinero suficiente en el Ayuntamiento, y se inventaron unas cosas llamados convenios, patrocinios, donaciones y otras milongas no aclaradas. Ni que decir tiene que el constructor no disminuyó sus beneficios al colaborar con el Ayuntamiento, simplemente subió el precio de piso y cargó la colaboración en la hipoteca de Juanito.
Pero de pronto llegó la crisis, y aquí teníamos a Juanito malviviendo con el desempleo y el irrisorio sueldo de Rosita, gran parte para pagar la hipoteca, e incluso sufriendo un infierno en su hogar, pues se acabó el amor con Rosita y ya solo los une la hipoteca. Su única esperanza es si hay suerte y dentro de unos años desaparece la crisis y vive un poco desahogado, hasta que termine de pagar la hipoteca.
El dueño del terreno sabéis se empachó de tanta riqueza repentina: fiestas, coches, putillas, juego perdedor en bolsa y casino, y demasiado rápido fue el desenlace fatal de su cirrosis alcohólica.
El constructor también acabó arruinado en la crisis, se había expuesto mucho en préstamos bancarios, pero luce orgulloso por el pueblo pues al menos no estuvo en juicios como otros colegas.
Lo del banco fue muy curioso, se resfrió por el virus de la codicia, pero se curó a base de un efectivo tratamiento por el Estado (muchos millones de euros), aunque en su convalecencia solo pudo prestar a los ricos, y como Juanito no lo era, no le prestó un dinero necesario para poder iniciar una pequeña aventura empresarial.
Lo más curioso fue lo que le ocurrió al Ayuntamiento. Con tantos ingresos por la construcción todos esperaban una hacienda local saneada, a la que no le afectaría la crisis salvo en obligar a disminuir el ritmo de inversiones. Pero no fue así, siguiendo la normal universal de que si los políticos tienen dinero lo derrochan, el Ayuntamiento se encontró en la crisis con deudas y plantilla astronómicas, y con tan buen rollito entre políticos y sindicalistas que la reducción de gasto de plantilla se hacia imposible. Sin saber que hacer, los políticos hicieron lo que todos sabríamos hacer, subieron los impuestos, jodiendo más si cabe a Juanito, como a todos los del pueblo.
Juanito ya era un hombre cabizbajo, una sombra de su simpatía innata, y todos recordareis como murmuraba por las calles “porca miseria”. Pero un día, por casualidad, Juanito sintonizo TV Estepona a la hora de telediario, y comprendió de pronto en que se gastaban sus impuestos, el resultado final de la maldición creada por su hipoteca, lo absurdo de este mundo no concebido para la felicidad sino para la codicia, y tras ese fogonazo de luz que iluminó todo con claridad meridiana llegó su locura, incurable. Ingresado en un psiquiátrico, constante en la manía que desarrolló en su locura, todos hablan de Juanito, el que por las noches aúlla como los lobos.
Damián Zamorano Vázquez
Publicado en Estepona Informacion el 8.8.2009
viernes, 7 de agosto de 2009
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