Vivimos con el corazón en un hilo con tanta mala
noticia. Cada día hay más paro, más impuestos, más recortes en prestaciones sociales, más amenazas sobre la
sostenibilidad económica de España, y más miedo a los viernes, cuando los
teleñecos de Rajoy anuncian el último conejo improvisado y agónico, made in
Germany, que sale de la chistera del consejo de ministros. En la calle el lamento
es unánime, o no hay dinero, o no hay trabajo, o no hay esperanza, o no hay
ninguna de las tres. Sin embargo, sorprendentemente, la gente está
extraordinariamente tranquila. Como mucho despotrica en el bar, o acude a
alguna manifestación, pero repudiando actos de violencia o antisistema,
paradójicamente dudando de la viabilidad de nuestro sistema político y social.
Tal tranquilidad la definiría como resignación:
lo que hay es lo que hay, y no hay más. Los
activistas políticos y sociales luchan sin descanso contra esta resignación
pasiva, bien con proclamas incendiarias estilo Pasionaria, bien con análisis
críticos -más o menos bien
argumentados- de las medidas del gobierno. Pero estos mensajes no calan en el
conjunto de la ciudadanía, que aguanta estoica lo que se le va viniendo encima.
Mi impresión es que esta resignación obedece a un estado se shock colectivo, de
esos tan fuertes que obligan a un razonamiento y actitud pausados, rechazando
por el momento hacer divertimentos o frivolidades.
El shock tiene un nombre, miedo, miedo al
futuro, al propio, al de los hijos, al de la sociedad en conjunto. La parálisis
no sólo se explica por lo intenso del miedo, sino también al remordimiento
por las culpas cometidas y a la sensación de que los
acontecimientos nos superan por su magnitud.
España esta atrapada entre unas deudas difíciles
de pagar (los prestamistas
aprietan) y la necesidad de
aumentar el endeudamiento para generar riqueza. Problema insoluble para España
como país, pues la llave maestra para resolver el problema está en Europa, en
el prestamista. Rajoy está haciendo los recortes que obliga
Merkel, tal como los hizo Zapatero, y si son más intensos que antes es simplemente
porque la situación económica es peor. Pero Rajoy comete errores: no concierta
con nadie, es incapaz de ofrecer ideario propio, se ha metido en un lodazal de
mentiras sin precedentes, y aprovecha las necesarias reformas para favorecer
descaradamente a la clase empresarial y a los elementos sociales mas
conservadores. Si la situación no mejora la mayoría no perdonará al PP por su
soberbia, y la derecha volverá a ser poco relevante otros muchos años, una vez más.
Un signo de madurez en España es que no
afloran movimientos populistas. Dado que el PP aprieta y ahoga, y al PSOE por
ahora casi nadie le hace caso, lo lógico es que surgieran personajes como Le Pen
o Perón que aglutinaran a muchos descontentos, pero en España estos personajes
no están, ni por ahora se les espera.
Cuando hablo de sentimiento de culpa me refiero
a un sentimiento colectivo de fracaso. Se ha avanzado mucho en España en
políticas sociales, es verdad, pero eso no quiere decir que la educación y
sanidad pública eran magnificas como ahora quieren
vendernos; había mucho por mejorar. Pero lo peor es que, al rebufo de esta
apuesta por lo social, han proliferado una panda de sinvergüenzas que han
medrado sin escrúpulos, defendiendo (en algún caso robando) intereses
particulares o grupales. Mientras se les llenaba la boca de hablar del bien
común, muchos políticos simplemente nos tomaban el pelo, y todos somos
culpables de no haber sabido mandarlos a la quinta puñeta. En esto no hemos
sido un país serio.
Mi impresión es que no hemos llegado a entender por qué hemos sido tan vulnerables como país
ante la crisis, y esto es muy arriesgado pues incapacita el propósito de
enmienda. Además, demasiados ciudadanos corrientes padecen el mal de los
políticos: extraordinariamente dotados para la critica al contrario, pero
desconocedores de la autocrítica.
Damián Zamorano Vázquez
Estepona Información. 5.5.2012
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