Gracias a la maravilla de Internet y YouTube he visto los videos del primer álbum grabado por los Beatles, en 1963, “Please please mi”. Me he fijado en una chica que lloraba y gritaba ante sus ídolos; una fanática la llamarían los sosos sin corazón. La chica ansiaba la felicidad, y por eso su llanto se redoblaba cuando las canciones trataban de amor, que a fin de cuentas es la esencia de la felicidad a esa edad.
La chica tendría unos 18 años. Nació pues en 1945, el año de finalización de la más cruel atrocidad perpetrada por el ser humano, la Segunda Guerra Mundial. Mal momento para nacer, diríamos, pero tuvo la suerte de nacer en Inglaterra, que peor hubiera sido nacer en la España donde no se perdonaron a los vencidos, en el esclavizado bloque soviético, o en el tercer mundo al que esperarían muchos años de miseria y violencia. A pesar de la aparente mala fecha, probablemente esta chica ha vivido los mejores años de la humanidad, al menos en su mundo, y la duda es si el futuro seguirá siendo amable con sus nietos.
Por su aspecto la chica debería ser de la clase trabajadora, y por entonces o más tarde trabajaría de cajera en un supermercado, o de administrativa en cualquier oficina. Pronto se casaría con un obrero de su barrio, más aficionado al futbol que al baile, aunque supo disimularlo durante el noviazgo. Tendría hijos a los que cuidar y educar adecuadamente, una casa en la que vivir, trabajo de por vida, unos buenos servicios públicos, y progresivamente un aumento del nivel de vida, con acontecimientos tan señalados como el primer frigorífico, el primer televisor, o el primer viaje barato en familia a un pueblecito que se estaba poniendo de moda, Torremolinos. Vivió gobiernos de izquierdas y de derechas, pero estas eran cuestiones más bien económicas que, en lo fundamental, llevar una vida digna y tener libertad, no influían los avatares políticos. Es verdad que lloró más por la muerte de Lady Di que por las imágenes de hambruna en el Sahel, pero sería absurdo acusarla de insensible al sufrimiento humano: lo conoció desde pequeñita, al igual que conoció cómo con el esfuerzo común se mejoraba una sociedad traumatizada. Hoy esta chica, ya jubilada, es posible que haya fijado su residencia en la Costa del Sol, con sus hijos y nietos viviendo en Liverpool o Londres. Trabajo en un hospital privado, por lo que atiendo a muchos ingleses de esa generación, y me encanta cuando obtengo su confianza, o sea pronto, hablar de sus vivencias juveniles en el nuevo despertar tras la guerra de aquella gran nación.
Hoy nuestra chica, ya abuela, se preguntará, como todos, cual será el porvenir de sus nietos. El acontecimiento más relevante de este siglo es la llegada, gracias a la globalización, de las masas del tercer mundo a la mesa de la prosperidad. La cuestión clave es si nos beneficiaremos todos, o simplemente sus nietos perderán su sitio en la mesa y conocerán la miseria o sus aledaños. Esta gran cuestión es política, y por tanto compete a toda la sociedad decidir de forma democrática, y no es una mera cuestión técnico-económica como quiere hacernos ver la ultraderecha neoliberal en su cruzada para intentar legitimar la ley del más fuerte.
Yo no me siento orgulloso de que algunos empresarios españoles sean inmensamente ricos. Estaría muy orgulloso de que sus trabajadores fueran felices por sus buenas condiciones laborales y por la calidad de vida que puedan llevar. Todo lo demás es mentira y, de toda la vida, salvo excepciones, una gran opulencia solo se ha conseguido con una gran explotación de los débiles.
Convendría, como sociedad, que reflexionáramos sobre la cuestión, mas allá de los problemas financieros que nos agobian, pues en algún momento tendremos que decidir entre una sociedad diseñada para fabricar ricos, o en una sociedad como la que creó nuestra abuela que sigue llorando con los Beatles, la organizada para conseguir bienestar para todos.
Damian Zamorano Vázquez
Estepona Información. 7.7.2012
sábado, 7 de julio de 2012
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