lunes, 22 de agosto de 2011

Las malas noticias

Hace años era habitual que los médicos ocultaran a sus pacientes la gravedad de sus dolencias. Se huía sobre todo de la palabra cáncer, y una escena frecuente era una familia en pleno que rogaba con ansiedad al médico que no le dijera a su familiar que padecía un cáncer, inventándose aquel para salir del paso alguna enfermedad tipo hepatitis o pulmonía “crónica” que contentara al paciente y justificara su no mejoría con el tratamiento.

Había tres motivos para tal actitud. Por un lado la relación entre médico y paciente era paternalista, como lo era la sociedad en general, y la única obligación del médico era hacer el bien según su mejor criterio, sobrando más trámites o explicaciones. Por otro lado entonces no existía Internet, y la palabra del médico era la única referencia conocida, y por tanto sólo procedía hacer acto de fe o acudir al curandero. Por último la mayoría de los cánceres avanzados no tenían tratamiento, por lo que no se consideraba adecuado angustiar informando de un fatal problema sin solución.

Con el tiempo la situación ha cambiado radicalmente. El esquema paternalista en la relación entre médico y paciente ha quedado obsoleto, y hoy día la relación es de igual a igual, no de padre a hijo. Por otro lado al surgir tratamientos oncológicos efectivos se requiere la colaboración y el conocimiento por los pacientes de su situación clínica para implementar estos tratamientos.

Hoy día no decir la verdad a un paciente sobre su enfermedad, incluso cuando las noticias son malas, es un delito. Pero a veces las malas noticias se dan de mala manera, creando sufrimiento inútil, y caen en este error los médicos que no han asimilado que la medicina no sólo es ciencia, sino también empatía, definida por ejemplo como ponerse en el lugar –en los sentimientos- del que recibe la noticia. Y no sólo es obligatorio decir la verdad, también lo es explicar de forma precisa las distintas alternativas terapéuticas, siendo el paciente el único que puede tomar la decisión sobre su tratamiento.

Estas reflexiones vienen a cuento porque me da la impresión de que nos están engañando como a chinos respecto a la crisis económica. Me da la impresión de que no es que no estemos saliendo de la crisis, sino que estamos entrando en otra peor, y todo ello porque al colapso financiero mal resuelto se suma una redistribución mundial del poder económico, exigiendo y consiguiendo chinos, indios y otros más participación en el reparto de la tarta, dado que son más productivos que nosotros los occidentales.

Habría que exigirles a los políticos que nos dijeran la verdad, incluso si las noticias son malas, entre otros motivos porque ni nosotros somos niños ni ellos son nuestros padres.

Por otra parte poca colaboración se le puede pedir a una ciudadanía que está convencida de que los políticos mienten de forma continua, y sospecha que están más interesados en sus intereses personales y de partido que en los intereses de la colectividad.

Además habría que exigirles que, definidos los problemas, también expusieran claramente las alternativas para su solución, siendo la ciudadanía la que democráticamente decidiera.

Pero no parece que tal ejercicio de transparencia y participación esté en la agenda de los políticos, que desde hace años han decidido sin anunciarlo imitar las practicas del Despotismo Ilustrado del siglo XVIII, aunque en mucho casos conociendo los personajes sobra lo de ilustrado, y en otros conociendo los intereses ocultos escasea la benevolencia paternalista que se atribuye a aquel concepto político.

Si la crisis se profundiza habrá serias protestas sociales contra todo lo que va mal, y los políticos entrarán en el lote de lo que va mal, y lamentarán su osadía de engañar de forma continuada al ciudadano. Pero esta situación es muy peligrosa, pues ante la rebeldía por desesperación nunca puede asegurarse que se terminará mejorando la sociedad o simplemente destruyendo la democracia.

Damián Zamorano Vázquez
Estepona Información. 20.8.2011

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