sábado, 14 de agosto de 2010

Democracia deliberativa. 1

En el mundo profesional, y sobre todo en el académico, la norma es tomar decisiones después de un proceso deliberativo, que consiste en pensar de forma tranquila, reflexiva, abierta a las diferentes pruebas y evidencias, analizando las diferentes opciones y opiniones.
Como médico, perteneciente pues al mundo académico, al acercarme a la política pensaba que el proceso deliberativo seria una excelente herramienta para la democracia, una democracia deliberativa en la que los problemas serian analizados por agentes maduros, reflexivos y transigentes, analizando en cada caso la mejor solución a los distintos problemas.
Pero pronto me dí cuenta de que la vida política, incluso la democrática, funciona de otra forma, no necesariamente irracional, pero desde luego no reflexiva ni deliberativa.
Michael Walzer, en su libro “Pensar políticamente”, argumenta de forma convincente los motivos de por qué el mundo real de la política es muy distinto al mundo académico, no requiriendo habitualmente la clase política de procesos deliberativos en sus actuaciones o en la toma de decisiones. Actividades políticas son el adoctrinamiento, la afiliación, la organización del partido, la movilización, las manifestaciones, las negociaciones, las presiones, las declaraciones, los debates, la financiación, la campaña electoral, y conseguir el mayor número de votos posibles. En todos estos procesos puede haber deliberación, pero no necesariamente; incluso en un caso extremo, un buen líder, con sobrados conocimientos de marketing, podría triunfar si sabe captar simplemente a los votantes, independientemente de que estos conozcan o no el programa electoral o los intereses últimos de los líder o el partido en cuestión. Así es la política real.
A fin de cuentas, el objetivo último de los partidos políticos es ganar las elecciones, tomar el poder, supuestamente con el noble fin de cumplir su programa electoral. Es como en el Tour de Francia: el objetivo es el maillot amarillo, no obtener el premio a la deportividad o a las buenas formas.
Dicho lo anterior parecería que todo vale en la actividad política, incluso el insulto, la mentira repetida y la demagogia, y son muchos los ejemplos que sugieren que esto está pasando en demasiadas ocasiones en la vida política nacional y local en España. Parece que en muchos casos se acepta que el fin justifica los medios y, prostituidos los medios, también se prostituyen los fines, con la misma lógica miserable.
Frente al mundo de la política, encargada de organizar el Estado, está la sociedad civil, la gente común, la que se dedica a sus negocios, a su profesión, a sus organizaciones culturales, lúdicas, religiosas, sindicales, la que decide organizarse independiente de la política, aunque a veces se acerca a ella en periodos electorales y en debates de café, o como recientemente en Estepona, manifestándose contra una extorsión de los gestores públicos vía subida de impuestos.
Cuando el mundo político se corrompe, en sentido literal, o los partidos terminan siendo organizaciones exclusivas y excluyentes, dominadas por castas que deciden por los demás, sin consultarles, decidiendo primero para su beneficio particular, cabe la posibilidad de que la sociedad civil, por contagio, también se corrompa. La combinación de ambas corrupciones existe en muchos lugares –Liberia, Ciudad Juárez, etc.- en los que una sociedad civil desestructurada en la que domina la ley de la selva, el embrutecimiento o la negligencia, es fiel imagen de una sociedad política, que podría definirse como barbarie burocrática ineficaz y expoliadora.
La clase política española esta muy desprestigiada, como señalan las encuestas. Pero la sociedad civil está sana. En el próximo artículo argumentaré que hay respuestas para conseguir frenar la degeneración de la política, y ésta surge tanto desde el campo anarquista como el liberal o socialista. Participación ciudadana y transparencia son las claves.

Damián Zamorano Vázquez
Estepona Información. 14.8.2010

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