lunes, 26 de septiembre de 2011

La caída de los imperios

Si repasamos la historia antigua comprobaremos la sucesión ininterrumpida de imperios, que alcanzan su apogeo para luego desintegrarse. A veces sucumben vencidos por un vecino más poderoso, como le sucedió a Cartago a manos de Roma, pero más frecuentemente los imperios antiguos terminaban invadidos por pueblos bárbaros, deseosos de apropiarse de sus logros materiales. Pero esta interpretación de derrumbe por invasión de los bárbaros es incorrecta, cualquier imperio sano puede contenerlos, y si son invadidos es porque presentaban una seria debilidad interna previa, y la mayor debilidad es la falta de cohesión social.

Los casos de Egipto y Mesopotamia están bien estudiados. Con el auge de los dictadores (reyes o faraones, siempre apoyados por la iglesia oficial) se establecieron sistemas sociales injustos, en los que los agricultores trabajaban casi de forma exclusiva para beneficio del poderoso, obteniendo de su productivo trabajo poco más que lo necesario para su supervivencia, o incluso ni eso si la cosecha era mala. La cohesión social se desintegró, la desidia se instaló en la mano de obra y los rendimientos del trabajo fueron mínimos. Ante una masa laboral indolente poco podían hacer los dirigentes, ni siquiera funcionaba aplicar mano dura, y a la desintegración de la cohesión social siguió la desintegración moral, la económica, la política y la militar, y los imperios fueron fácilmente dominados por cualquier pueblo vecino.

La lección de lo anterior es que cuando las cosas van mal no basta con culpar a un agente externo, hay también que analizar las debilidades internas que nos hacen más vulnerables a la agresión exterior. El ejemplo de lo ocurrido en la actual crisis económica es nítido. La misma crisis de crédito causada por la codifica de los especuladores financieros afectó a Alemania y España. Sin embargo los germanos sobrellevan el tema mucho mejor que nosotros, ahogados como estamos por el paro y las difíciles posibilidades de recuperación.

España llevaba años viviendo del cuento, del préstamo público y privado, alimentando una burbuja inmobiliaria sin sentido. Dificultado el crédito por la crisis financiera todo se ha venido abajo, como un castillo de naipes.

Independiente de la opinión de algunos iluminados, la salida de la crisis en términos económicos vendrá dada por la coyuntura internacional, con poco margen de maniobra en las medidas macroeconómicas, o incluso ninguno si como es posible somos intervenidos por resultar insolventes. Pero ocurra lo que ocurra todo será peor, o incluso mucho peor si se debilita la cohesión social, y no solo por los efectos perversos de la confrontación cuando ya se establece de forma nítida en la calle, sino incluso más dañino aún si se instala el pasotismo en la población, pues la desidia moral colectiva no tiene tratamiento alguno.

La izquierda tiene un gran problema, no ha definido un discurso socialdemócrata adaptado a la situación que vivimos. La derecha española tiene un problema aún mayor, o no sabe que hará cuando gobierne, o sí que lo sabe pero no se atreve a decirlo. Frente a las palabras huecas como prometer generar confianza, o la insistencia en lo obvio, que hay que gestionar de forma austera y eficiente, interesaría que definiera el PP qué va a hacer en lo fundamental, cuál será el modelo social que intentará implantar.

Con la excusa de la crisis el PP recorta gastos en sanidad y educación, y con la misma escusa propone “liberalizar” el mercado laboral. Consecuencias futuras: escuelas y hospitales con peor calidad, y el quiera algo mejor que lo pague –el que pueda- en la privada; la cajera del supermercado cada vez más en precario y peor pagada, mientras el dueño es cada día más rico.

Mal le irá a la derecha gobernando si intenta destruir lo público y los logros sociales conseguidos por la colectividad tras tanto esfuerzo. Peor le irá al país si impera el pasotismo ante una extorsión social neoliberal.

Damián Zamorano Vázquez
Estepona Información. 24.9.2011

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