sábado, 21 de agosto de 2010

Democracia deliberativa. 2

La clase política es para la opinión pública uno de los mayores problemas de este país. Afortunadamente la sociedad civil española es bastante madura y, antes o después, frenará los desvaríos de los políticos.

La respuesta más común de la población ante los grises políticos que padecemos consiste directamente en pasar de la política. Reacción lógica, pero con el defecto de que puede hacerse buena la advertencia de Arnold J. Toynbee: “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”. Dicho de otra manera, la pasividad no es gratuita, resulta demasiado caro pagar a incompetentes que pasan del fracaso escolar o laboral al coche oficial y viven magníficamente mientras desatienden nuestros intereses.

György Konrád, húngaro disidente del dominio soviético, propugnó la antipolítica, rechazando la idea de tomar o compartir el poder, y dedicar todas las energías a las asociaciones religiosas, culturales, económicas y profesionales. Su actitud era claramente anarquista, pero motivada por circunstancias muy adversas. Realmente los anarquistas lo que odian es la política como farsa de profesionales corruptibles, no la política entendida como gestión colectiva de intereses comunes. Exigen pues participación de la sociedad civil en la vida política, pero en gestión directa, no con intermediaros que no son de fiar.

Los liberales odian que el Estado les tome el pelo, robándoles impuestos y libertades. No piden, si no que exigen participación ciudadana en la vida política. Si nos atenemos también a los escritos de liberales de verdad, como Karl Popper, no de sucedáneos a sueldo de intereses de los poderosos, su actitud en una sociedad participativa seria la de auténticos discípulos de la ilustración, siendo formas irrenunciables la deliberación con mesura y la transigencia con el oponente.

Dentro de la izquierda ha surgido un potente movimiento que postula potenciar lo mejor de la ciudadanía, y su derecho y deber de participar en la vida política. Philip Pettit es el teórico más conocido de este movimiento, que se ha venido a llamar republicanismo en homenaje al espíritu cívico de la república romana. Participar es también para ellos la palabra clave, entendiéndola como necesidad de una ciudadanía virtuosa.

Salvo para los abocados al pasotismo irreducible, participación en la vida política es pues una exigencia que pueden compartir las distintas sensibilidades de la sociedad civil. Pero el principal enemigo de la participación ciudadana son los políticos, pues se debilitan sus intereses sectarios, y actuaran como acostumbran, apropiándose del termino para viciarlo de contenido. Para evitar una nueva estafa hay que fijar con precisión qué entendemos como participación ciudadana en la vida política. Tres conceptos son esenciales:

. Cauces legales para permitir la participación, y normas precisas para evitar su incumplimiento

. Fomentar el espíritu que permite sea fructífera la participación, y hablo de respetar siempre el proceso deliberativo, que consiste en pensar y actuar de forma tranquila, reflexiva, transigente, abierta a las diferentes pruebas y evidencias, analizando las diferentes opciones y opiniones.

. Sin información no hay opinión ni deliberación, siendo absolutamente necesaria la mayor trasparencia en los asuntos de transcendencia publica. Probablemente sea lo más difícil de conseguir, pues la mentira o la media verdad son en la actualidad vicios insertos al golpe de super glue en el genoma de nuestros políticos, de todos sin distinción.

Participación, deliberación, información, transparencia, son requisitos para que una sociedad civil sana sume esfuerzos para el progreso económico, cívico y democrático. Perdonen que no escriba de cómo estas ideas son desarrolladas por el mejor alcalde de Estepona de todos los tiempos, David Valadez: no estoy para chistes. Sólo me queda animarles a la rebeldía.

Damián Zamorano Vázquez
Espona Información. 21.8.2010

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