sábado, 4 de junio de 2011

Indignaos

En el año 1945 el británico Churchill era un gigante político: había liderado la victoria de su país sobre la casi invencible Alemania de Hitler. Pero era reticente con ideas sobre como mejorar el sistema de salud y la educación pública. De forma sorpresiva perdió las primeras elecciones tras la guerra, ganando la izquierda (los laboristas). La población juzgó que el líder de la guerra no era el mejor hombre para liderarlos en la paz.

Realmente lo ocurrido era previsible. El inmenso sufrimiento durante los años de guerra dejó a los supervivientes un profundo deseo de libertad y democracia, y sobre todo un deseo de construir una sociedad justa y amable, en la que todos tuvieran al menos igualdad de oportunidades en la vida social, y en la que se garantizaran unos mínimos de protección ante las circunstancias adversas, como el desempleo, la enfermedad o la vejez. En Europa Occidental se inicio la creación del moderno Estado de Bienestar, que aun persiste en nuestros días.

En España ocurrió algo parecido en la transición política tras la muerte de Franco. No sólo se exigía libertad, también se deseó el modelo social europeo, en el que la prosperidad se aunaba con la solidaridad, asegurando condiciones dignas para todos. Este deseo de cambio culminó con la victoria electoral apabullante de Felipe González, y fueron sus gobiernos los encargados de culminar el programa del Estado de Bienestar, incluyendo sanidad y educación de calidad para todos, con la equidad como norma, y asegurando un sistema de pensiones razonablemente justo. Obviamente, todo mejorable.

Desde entonces, salvo algunas pequeñas crisis económicas, España ha ido alcanzando cada vez más prosperidad económica. Como consecuencia, una o dos generaciones de españoles no tuvieron necesidad de ocuparse de los asuntos públicos, se apolitizaron, y dedicaron sus energías a su vida privada o como mucho a organización solidarias no gubernamentales.

Se abandonó la participación en lo público, porque no importaba -las cosas iban bien- pero también ayudaron otros factores. Por un lado una espiral de consumismo sin precedentes creaba unas necesidades -en muchos casos artificiales- que constituyeron el nuevo opio del pueblo. Por otro lado los medios de comunicación, todos dependientes de los poderosos, se dedicaron a la magna tarea de intentar confundir o incluso idiotizar a la población, y aun siguen en este afán, comprando televisiones para programar sandeces. Por ultimo, desapareció la militancia activa en los partidos políticos y movimientos sociales, ambos quedaron en manos de profesionales de la política y lo público, convirtiéndose en una casta minoritaria endogámica, para lo que lo primero era defender sus intereses personales y de clan, y lo segundo desprestigiar a sus rivales. Gobernaron o gestionaron sin una base social potente que les orientara y exigiera, y terminaron siendo tecnócratas sin corazón. Esta forma de hacer política, estos políticos, fueron una presa fácil para los mercados y los poderosos, que terminaron marcando las reglas del juego.

Pero la actual crisis económica ha roto todos los esquemas. Su principal victima es una o dos generaciones de españoles sin trabajo ni porvenir, con el riesgo de que cuando por fin se genere trabajo, por efecto de la ley de la oferta y la demanda, el empleo del futuro sea precario y mal remunerado. En estas circunstancias, antes o después, sostener el Estado de Bienestar será ruinoso, y se irán perdiendo uno a uno muchos de los avances sociales que tan fatigosamente fueron consiguiendo los europeos tras la segunda guerra mundial y los españoles tras la transición democrática.

Corresponde sobre todo a jóvenes y parados indignarse contra una sociedad que se ha vuelto injusta. Stéphane Hessel, con 93 años, miembro de la resistencia francesa, expresa bien este cabreo en un breve ensayo justamente titulado “Indignaos”.

Sobre como plasmar esta indignación opinaré en otro artículo.

Damián Zamorano Vázquez

Estepona Información. 4.6.2011

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