sábado, 20 de marzo de 2010

Salud y comunidad

Mi último viaje a Cuba, hace cinco años, fue para dar dos conferencias en el congreso anual de la Sociedad Cubana de Endocrinología. Conocí de cerca la precaria situación de los médicos cubanos, y me prometí no visitar más el país mientras persistiera la dictadura castrista. Una cosa es la vocación, y otra mantener a una familia, y para lo segundo la mejor opción para un médico cubano es ser taxista en La Habana, o camarero en Varadero, ganando en un día en propinas lo mismo que en un mes de duro trabajo en su profesión. O, como tantos, combinar trabajo con corruptela.

En aquel momento la asistencia sanitaria en Cuba tenía serios problemas: muchos profesionales habían sido trasladados a Venezuela, a cambio de petróleo. Pero en momentos anteriores la sanidad cubana, al igual que la enseñanza, había vivido momentos gloriosos, envidia para el resto de Hispanoamérica, y era por la combinación de mano de obra ilimitada y organización precisa, y todo ello a pesar de unos medios técnico extraordinariamente limitados. Era de maravillarse con lo que podían hacer con los escasos medicamentos y equipamiento disponible, pero a pesar de todo los indicadores de buena salud publica (esperanza de vida, mortalidad infantil y neonatal, etc.) eran muy buenos, independientemente de serios problemas puntuales.

Estas reflexiones introducen al objeto de mi reflexión: la salud de la población depende en parte de la asistencia sanitaria (cada vez más cara), pero también, y de forma significativa, en estilos de vida saludables, cuya implementación es barata si es la sociedad la que se implica.

Las dos causas más importantes de enfermedad y muerte evitables son el tabaco y la obesidad, y ambas no dependen directamente de los médicos, pues he de confesar como especialista que la obesidad es casi siempre incurable cuando ya es crónica. Tabaquismo y obesidad, pero también infelicidad, desamor, soledad, trabajo alienante, paro, pobreza, contaminación, sedentarismo, mala alimentación, adicción a drogas o alcohol, todos son causa necesaria para enfermedades muy prevalente, de curación cara o a veces imposible, algunas bien conocidas como la diabetes, el infarto de miocardio o el cáncer, otras con nombres rimbombantes pero bastante desconocidas para la medicina, como la depresión, las astenia crónica o la fibromialgia.

La comunidad más cercana a los vecinos es su barrio y su municipio. La única misión conocida de los Ayuntamientos es procurar una ciudad amable en la que habiten ciudadanos felices, prósperos y saludables. Los ayuntamientos están en la ruina, sobre todo el de mi pueblo, y sería pues oportuno extraer de la experiencia que propiciar la salud comunitaria desde estos poderes públicos es posible, aun en la ruina, y muy deseable pues la prevención es con diferencia la mejor medicina disponible.

Dos son las claves para una política municipal dirigida a mejorar los estilos de vida. Por una parte fomentar los movimientos ciudadanos interesados en estos temas, incluyendo desde asociaciones de pacientes a iniciativas aparentemente lúdicas pero profundamente saludables, como las que fomentan el deporte, el senderismo, el uso de la bicicleta, la jardinería, y un amplio etcétera. Por otra parte se requiere desde el Ayuntamiento una política activa, basada en un análisis profesional de los problemas, para actuar en aquellas áreas no cubiertas por la iniciativa vecinal, como puede ser una lucha activa contra el tabaco en espacios públicos, cumplimentar la labor de los profesionales sanitarios en campañas de divulgación sanitaria o apoyo psicólogico, o incentivar con medidas imaginativas la lucha contra dos de las mayores lacras para la salud, el sedentarismo y la alimentación inadecuada. Implicando a la sociedad todas estas políticas no son caras. La televisión municipal también ayudaría.

Entiéndase este artículo como una reflexión para la participación ciudadana en promover algo que todos deseamos, la salud.

Damián Zamorano Vázquez
Estepona Informacion. 20.3.2010


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